‘Conexiones’. Píldoras de mis días alrededor de la Semana Santa 2017

23 de abril de 2017

De repente. Ni lo esperas, ni lo buscas, ni lo ves venir, ni tan siquiera te das cuenta del choque frontal hasta que sientes esa sensación punzante que sin decir absolutamente nada lo está diciendo todo. Has conectado.

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Una palmera. “Te queremos”. Pensar: “Yo más”. No decirlo. Ojos empañados. Como cuando sucede lo mejor y lo peor de tu vida, con los ojos empañados. Paloma: recuerdos de antaño, nombres, lugares, albricias, colegio. Saber que no le está gustando y preguntarte: ¿le gustará algo? Un apellido: Artola. Recordar ése apellido en el primer vinilo que te regala tu tía. Llegar a tu casa a la noche y que lo primero sea ir a buscarlo al cementerio de los vinilos olvidados. Verlo, abrirlo, olerlo. Tratar de imaginar cómo era tu vida el último día que abriste ese vinilo. Seguro que estaba ella. La Pollinica en la portada. La bandera de Málaga. La banda de Miraflores y Gibraljaire. Imaginarte a Puyana mosqueado, como siempre, porque tal o cual cofradía le cambia las marchas sin avisar. Normal. Acordarte de que tu padre te lo grabó en una cinta de 90 y que te lo llevaste a Inglaterra en el 95. Acordarte de la cara de la señora de tu casa cuando entraba a tu cuarto y te pillaba escuchando marchas de Semana Santa. En Canterbury. De noche. Diluviando. Su cara. Recordar que aquello era imposible de explicar a aquella señora, de apellido Treeby.  Si no te gusta dar explicaciones de cosas fáciles, imagínate de algo imposible de explicar. No lograr entender cómo te puedes acordar de ese apellido y olvidarte tus folios apoyados en tu propio coche que se vuelan mientras tú te largas conduciendo. Verlos por el retrovisor y pensar: «Qué desastre, ¿a quién se le habrán caído todos esos folios?». Pero eran tuyos. Una señora que tenía una tarántula en la casa como mascota que te aterraba. Recordar las llamadas a tu casa llorando porque no querías dormir con una tarántula en una casa extraña donde siempre llovía y había poca luz. Había una litera. Una minicadena donde yo ponía mi cinta. La ventana de la habitación estaba rota y no se podía cerrar entera. Recordar el frío que pasabas cada noche. El rechazo a taparte «en condiciones» con una manta que no es tuya. Como queriendo guardar una distancia. Como reconociendo que el espacio ése tan íntimo, tan cercano, tan tuyo, ése contacto, sólo se lo permites a tu manta. No te gusta ni el olor de la manta. Probablemente llena de polvo. A eso olía, lo recuerdas, a polvo. Una maleta roja. Recordar todo eso en segundos. Recordar las marchas de ese disco sin mirarlo. Virgen del Amparo, de Perfecto Artola. Sonreir al recordar que en esa habitación, de esa ciudad, de ese país, con esa familia, ha sonado una marcha de Artola.

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Un cuadro. Dos personas bonitas. Un vídeo. Un año. Agosto. Sonidos. Lascas de madera que huelen. Ópera. Horas. Madrugadas. Trípodes, cámaras. Una desilusión. Un tonto, por muy bien que se vista.

Que te felicite. Dos besos. Beautiful Lies.

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Buen Camino es lluvia, literas, verano, andar, pensar. Buen Camino es un ritmo con tus pies. Buen Camino son horas. Buen Camino es tu amigo caminando contigo. Buen Camino es compartir una venda. Buen Camino es tu mochila invisible. Buen Camino es naturaleza. Buen Camino es un río donde hay unos escalones donde personas que no conoces pintan acuarelas. Ribadiso. Buen Camino es Fisterra. Buen Camino es todo lo que te llevarías allí. Buen Camino es Santiago. Buen Camino es una conexión. Porque una conexión es una distancia muy larga que se hace muy corta. Y eso es lo que hacen los caminos.

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Pero si Buen Camino es algo, Buen Camino es perdonar.

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Una ruta en bicicleta. Sin comer. Cervantes. Romero y pulsera. Recuerdo de una compra. Otoño 2015, después de la radio. La noticia. El escalofrío. Su otra voz por primera vez. Enfermedad. Un partido con la vida. Médicos: cuidado, mesura, refugio, hogar. La lección de la esperanza en un gran amor a la vida. 120 tweets del tirón. Dolor de cabeza. La palabra Málaga mil veces. Rey Melchor. Amor. Carroza. Recordar las miles de sonrisas que viste. Recordar la suya también, cuando más le dolía. Recordar la entrevista. Recordar su palmada en la rodilla. Su definición de amor. Que estuviera Pozo allí. Pensar que no hay nada mejor que heredar un amigo de tu padre. Conexiones.

Levantarte nervioso. Desayunar. Las noticias. Ver que hace sol. El ritual de vestirte. El abrazo de Pozo. El de siempre. Amarillo. Blanco. Azul. Rayos de sol hechos personas. Polifonía cromática de edades y miradas. Tu padre. Sus amigos. Mis amigos. Sentirte feliz y saber que no lo transmites, es lo que hay, eres como eres. Sentirte conectado. Querer parar el tiempo. Lograrlo.

Limón y nada.

Aligerar el paso porque te has quedado frito. Algo impensable, antaño. Un mensaje. Saludar a personas que no ves desde el año anterior. En el mismo sitio. Calle Ollerías. Misma hora. Mismos sonidos. Darte cuenta de que esas personas, sitios, horas y sonidos, son necesarios en tu vida. Te duelen. Te duele esa mínima parte del mundo. Y te duele porque es tu mundo. Da sentido. Te duele eso. Forma parte de ti. No lo necesitas, lo quieres. Silencio. Una pregunta incomodísima. Silencio al cuadrado. La tarde. Una gorra. Sentido común. Aprender. Las procesiones de siempre con la gente de siempre. Que te siga produciendo un cosquilleo en el estómago. Calle Cañón. Flores. Abrazar. Esperar. Hablar. Comer. Reír. Reírte a muerte. Reírte a lo que de. Ellas. Y ellos. Las volvería a elegir cada día. Los volvería a elegir cada día. Conexiones.

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Mi primer recuerdo de la Semana Santa se llama Rocío. Porque Rocío era su Virgen favorita. Porque ella vivía por allí. Porque nunca se apuntó ni nunca salió. Como cuando algo te gusta de verdad, que lo quieres a tu forma, sin obligaciones. Porque nunca me apuntaré ni nunca saldré. Pero siempre la buscaré.

Rocío: una foto, un madrugón, un olor, una flor, un color, una persona, una lágrima. Un bar. Samoa. Una heladería, Mira. Un primero con bombillas que dicen su nombre: Rocío.

Rocío: una calle. Rocío: una razón. Rocío es agua, escarcha y nieve. Rocío es silencio. Rocío es . Rocío es yo. Rocío es ella. Rocío es una revolución. Rocío es una conexión. Rocío es blanco. Rocío es cosmos. Rocío es invierno. Rocío es amor. El de la definición de Coco. Lo que, al pronunciarlo, le humedeció los ojos. Es así, no hay más. Eso es Rocío.

Le dicen guapa, pero es bonita. Le dicen novia, pero es madre. Le dicen flor de las flores, pero es persona. Le dicen reina, pero es mujer, llana, del pueblo, de la Victoria.

Rocío es destino. Porque sólo te podías llamar Rocío.

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Y te levantas. Por fin. La túnica. Color negro. Escapulario. La ensaladilla rusa de siempre. No sabe a nada pero te la tomas, porque es el único bar. El de enfrente. Tomártela solo, sin distracciones. Preparándote para lo que viene. Entrar, la gente. La bolsa de chucherías. La dejo olvidada. Lo de siempre. Abrazos. Luz. Velas. Silencio. Expiración son mil fotos. Expiración es contradicción. Y Expiración es sentido. Expiración es verlo ahora yo a él siempre en el mismo sitio. La Expiración es una ecuación. Expiración es el único día en el que el andar es lento, saboreando el piso del asfalto. Es mirar. Es que no te miren. Es cuidado. Es protección. Expiración es categoría. Expiración es un ciclón. Es un tinglao en la Catedral. Es mi hermana al lado. Expiración es mamá. Dolores, por una noche, es analgésico. Dolores son olores a través del terciopelo. Es madrugada. Expiración era salir los tres. Expiración era salir los dos. Ahora Expiración es salir solo. La Expiración es silencio.

Porque tenía que salir en la Expiración, la Expiración es otra conexión.

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